Ella era una mujer de esas que saben lo que quieren, pero se enamoro de un hombre salvaje y rudo. Lo primero que le llamó la atención de ese individuo , fue su manera libidinosa de mirar, la desnudaba con la mirada, la penetraba en silencio con sus ojos ansiosos de sexo.
Un día, pasó lo que era inevitable, ambos se encontraron en el sitio adecuado y allí dieron rienda suelta a su loca pasión. Los labios de el, se pasearon suavemente por aquel cuerpo lleno de lunares y de lunas, sus dientes mordían los pezones que gritaban con ansias que querían más, sus dedos palpaban cada retazo de su cuerpo, hasta que llegó al sitio en el que desesperadamente esperaba su boca.
El momento fue intenso, su lengua se deslizaba en el interior de su sexo, tocando su clítoris excitado y terso. Cuantos años se habían deseado, cuantos años reprimiendo aquel deseo desesperado de fundir sus cuerpos en un abrazo.
El la cogió entre sus brazos y lentamente la penetró, una y otra vez mientras el sudor de sus cuerpos se mezclaba con el aroma del semen, que era el premio a aquella pasión desenfrenada y reprimida que ella había postergado, tanto tiempo.